En estos días lluviosos, se está mucho mejor en casa, cerca de la estufa. Pero cuando se tiene un jefe en plan señorita Rotenmeyer, pues todo cambia y la cama parece un paraíso muy, muy lejano.
Mi trabajo no es fácil, y lo que más cuesta son esas largas noches sin dormir. No, no soy guarda nocturno de un museo. Ni tampoco soy de esos negociantes que llevan a sus clientes de putas para que firme.
Soy un soñador, es decir, una persona capaz de introducirse en la mente de los demás mientras sueñan, con lo cual, me introduzco literalmente en sus sueños y puedo cambiarlos a voluntad.
Cuando dormimos, nuestro cerebro baja las pulsaciones y se sumerge en una especie de letargo. Este es el momento en el que nuestro cerebro es más vulnerable y responde con retraso y lentitud, por eso los soñadores podemos meternos en ello. Nuestra mente nace mucho más desarrollada y esa es la causa de nuestra capacidad.
La base es un lugar dónde, no sé cómo, hay aparatos de tecnología ultra moderna y tal, que nos ayudan con nuestro trabajo, que no es nada difícil, tan sólo buscar nuevos soñadores.
Rutinariamente, me dirigía hacia el apartamento, dónde nos alojamos los novatos. No entiendo por qué aún existe gente que afirma que las rutinas son una estupidez. A mí me ayudan a organizar mi mente, casi siempre distraída, y a saber qué hacer en cada momento. Aunque esa mañana, habían violado brutalmente mi agenda, encargándome un trabajo que me había pillado por sorpresa.
Hacía poco que había cumplido la mayoría de edad y eso suponía el fin de mi entrenamiento y el comienzo de una vida como un chico medianamente responsable y trabajador. Bien. Pues no se puede decir que yo sea un ser ni medio responsable ni de coña.
Llegué al apartamento, que es un edificio de unas cinco plantas, patéticamente grande para los pocos residentes que somos. La mayoría de los que se alojaban aquí el año pasado ya han cumplido dieciocho años y pasaron la prueba de fuego, que básicamente consiste en encontrar a un soñador novato sin ayuda de nadie y traerlo a la base. Acto seguido, ese nuevo soñador ocupará el puesto vacante que dejará el anterior, que pasará a ser experimentado y a vivir en la base. Y ese era el trabajo que había roto mi cadena rutinaria.
Llevo meses intentando encontrar un nuevo soñador, pero debe ser que ya no quedan o se esconden muy bien, porque he mirado hasta debajo de las piedras.
Llegué al apartamento y abrí la puerta de entrada. Tras haberme montado en el ascensor y subido hasta el segundo piso, me dirigí hacia la puerta letra B, que era la que compartía con mis compañeros de trabajo, que aparte eran mis amigos. Había tenido suerte de encontrarme con ellos, pues entre los novatos, el compañerismo brillaba por su ausencia. Llamé al timbre y acto seguido oí unos pasos apresurados acercándose. El rostro de Mercy asomó segundos después.
Ella es una de mis dos amigos. Es algo bajita y delgada, de tez morena y pelo castaño. Es una persona apacible y serena, elegante y optimista, es decir, lo contrario a mí.
-Hola, Sam- saludó alegremente y se apartó de la puerta para dejarme entrar.
-¿Habéis empezado?- pregunté buscando a mi mejor amigo con la mirada.
-No, te estábamos esperando- respondió con una sonrisa. Brendon salió a mi encuentro, portando un ordenador portátil finísimo bajo el brazo.
-Eh, tío, siempre llegas tarde- protestó sonriendo. Yo sabía que lo hacía de broma, aunque me costó adaptarme a sus particulares inocentadas.
Pasamos al salón, que no era muy grande, todo hay que decirlo. Mercy y Brendon se sentaron el sofá grande y yo en uno pequeño y algo incómodo.
-¿Qué harás al final?- preguntó Mercy, obviamente refiriéndose a mi incapacidad absurda de no encontrar a ningún soñador.
-No lo sé- respondí abatido. En momentos así, tengo ganas de fumarme un paquete entero. Tranquilo, Sam, que lo estás dejando.
-Pues entonces te quedarás con los novatos para siempre- apuntó Brendon.
-Y nada de misiones, ni de habitaciones individuales, ni de independencia…- comentó Mercy. ¿Qué cojones?
-¿Tenéis un cigarro?- inquirí.
-No me jodas, Sam, ibas muy bien- protestó Mercy.
-Ya, ya, pero estoy nervioso- intenté con una excusa pobre, pero sabía que Mercy no me la iba a dejar pasar.
-Pues come pipas- dijo, dando el tema por zanjado. Genial.
Tras un silencio algo incómodo, Brendon levantó la mano como cuando se sabe alguna respuesta en clase, que no suele ser muchas veces y, ya puestos a decir verdades, yo tampoco era ninguna lumbrera.
-Tengo una idea- exclamó alegre, apoyando el pequeño ordenador sobre su regazo- Primer paso- dijo- te tumbas y te duermes.
-¿Eh?- balbuceé confuso.
-Déjame terminar- continuó-, segundo paso, concentras toda tu energía en las ondas de alguien soñando y ¡zas! Te metes de lleno en su sueño.
-¿Cómo te crees que lo he estado haciendo todo este tiempo?- repliqué. Ese era el método de los soñadores de introducirse en algún sueño. No supe que había de especial. Está bien que no se atienda en clase, pero esto era demasiado incluso para Brendon.
-Que no, idiota, que me escuches- dijo molesto. Decidí seguir oyendo- Lo has hecho así, vale, pero siempre acababas despertándote antes de encontrar nada, y es que lo haces mal.
-Ya lo entiendo- saltó Mercy, dándose una palmada en la frente- No encontrabas nada porque sólo has llegado a la segunda fase del sueño. El señor Maxwell dijo que, normalmente, las ondas se captan en la tercera o cuarta fase del sueño.
-Ahá- comprendí-, es decir, que lo he estado haciendo mal.
-¡Exacto!- gritó Brendon, luego rió- Si es que no atiendes en clase…
-Vamos, habló Albert Einstein- protesté.
-Venga, duérmete- dijo Mercy, sonriente- asegúrate de no despertarte antes de tiempo.
Ella y Brendon se levantaron del sofá y me dejaron tumbarme en él. Mi amigo me colocó en la cabeza un aparato con forma de corona lisa con muchos cables. Con ese artilugio, otros soñadores captaban la frecuencia de un sueño cuando un compañero dormido lo hacía.
Cerré los ojos y me relajé. Mi corazón comenzó a latir más despacio y mi cerebro a lanzar menos impulsos nerviosos.
Sentí como mis sentidos se iban embotando y caía en el sueño con rapidez. Ayudó que estuviera muy cansado, sino habría tardado más.