viernes, 26 de noviembre de 2010

II: Lo hago todo mal y no sé por qué me sorprende

SAM


En estos días lluviosos, se está mucho mejor en casa, cerca de la estufa. Pero cuando se tiene un jefe en plan señorita Rotenmeyer, pues todo cambia y la cama parece un paraíso muy, muy lejano.
Mi trabajo no es fácil, y lo que más cuesta son esas largas noches sin dormir. No, no soy guarda nocturno de un museo. Ni tampoco soy de esos negociantes que llevan a sus clientes de putas para que firme.
Soy un soñador, es decir, una persona capaz de introducirse en la mente de los demás mientras sueñan, con lo cual, me introduzco literalmente en sus sueños y puedo cambiarlos a voluntad.
Cuando dormimos, nuestro cerebro baja las pulsaciones y se sumerge en una especie de letargo. Este es el momento en el que nuestro cerebro es más vulnerable y responde con retraso y lentitud, por eso los soñadores podemos meternos en ello. Nuestra mente nace mucho más desarrollada y esa es la causa de nuestra capacidad.
La base es un lugar dónde, no sé cómo, hay aparatos de tecnología ultra moderna y tal, que nos ayudan con nuestro trabajo, que no es nada difícil, tan sólo buscar nuevos soñadores.
Rutinariamente, me dirigía hacia el apartamento, dónde nos alojamos los novatos. No entiendo por qué aún existe gente que afirma que las rutinas son una estupidez. A mí me ayudan a organizar mi mente, casi siempre distraída, y a saber qué hacer en cada momento. Aunque esa mañana, habían violado brutalmente mi agenda, encargándome un trabajo que me había pillado por sorpresa.
Hacía poco que había cumplido la mayoría de edad y eso suponía el fin de mi entrenamiento y el comienzo de una vida como un chico medianamente responsable y trabajador. Bien. Pues no se puede decir que yo sea un ser ni medio responsable ni de coña.
Llegué al apartamento, que es un edificio de unas cinco plantas, patéticamente grande para los pocos residentes que somos. La mayoría de los que se alojaban aquí el año pasado ya han cumplido dieciocho años y pasaron la prueba de fuego, que básicamente consiste en encontrar a un soñador novato sin ayuda de nadie y traerlo a la base. Acto seguido, ese nuevo soñador ocupará el puesto vacante que dejará el anterior, que pasará a ser experimentado y a vivir en la base. Y ese era el trabajo que había roto mi cadena rutinaria.
Llevo meses intentando encontrar un nuevo soñador, pero debe ser que ya no quedan o se esconden muy bien, porque he mirado hasta debajo de las piedras.
Llegué al apartamento y abrí la puerta de entrada. Tras haberme montado en el ascensor y subido hasta el segundo piso, me dirigí hacia la puerta letra B, que era la que compartía con mis compañeros de trabajo, que aparte eran mis amigos. Había tenido suerte de encontrarme con ellos, pues entre los novatos, el compañerismo brillaba por su ausencia. Llamé al timbre y acto seguido oí unos pasos apresurados acercándose. El rostro de Mercy asomó segundos después.
Ella es una de mis dos amigos. Es algo bajita y delgada, de tez morena y pelo castaño. Es una persona apacible y serena, elegante y optimista, es decir, lo contrario a mí.
-Hola, Sam- saludó alegremente y se apartó de la puerta para dejarme entrar.
-¿Habéis empezado?- pregunté buscando a mi mejor amigo con la mirada.
-No, te estábamos esperando- respondió con una sonrisa. Brendon salió a mi encuentro, portando un ordenador portátil finísimo bajo el brazo.
-Eh, tío, siempre llegas tarde- protestó sonriendo. Yo sabía que lo hacía de broma, aunque me costó adaptarme a sus particulares inocentadas.
Pasamos al salón, que no era muy grande, todo hay que decirlo. Mercy y Brendon se sentaron el sofá grande y yo en uno pequeño y algo incómodo.
-¿Qué harás al final?- preguntó Mercy, obviamente refiriéndose a mi incapacidad absurda de no encontrar a ningún soñador.
-No lo sé- respondí abatido. En momentos así, tengo ganas de fumarme un paquete entero. Tranquilo, Sam, que lo estás dejando.
-Pues entonces te quedarás con los novatos para siempre- apuntó Brendon.
-Y nada de misiones, ni de habitaciones individuales, ni de independencia…- comentó Mercy. ¿Qué cojones?
-¿Tenéis un cigarro?- inquirí.
-No me jodas, Sam, ibas muy bien- protestó Mercy.
-Ya, ya, pero estoy nervioso- intenté con una excusa pobre, pero sabía que Mercy no me la iba a dejar pasar.
-Pues come pipas- dijo, dando el tema por zanjado. Genial.
Tras un silencio algo incómodo, Brendon levantó la mano como cuando se sabe alguna respuesta en clase, que no suele ser muchas veces y, ya puestos a decir verdades, yo tampoco era ninguna lumbrera.
-Tengo una idea- exclamó alegre, apoyando el pequeño ordenador sobre su regazo- Primer paso- dijo- te tumbas y te duermes.
-¿Eh?- balbuceé confuso.
-Déjame terminar- continuó-, segundo paso, concentras toda tu energía en las ondas de alguien soñando y ¡zas! Te metes de lleno en su sueño.
-¿Cómo te crees que lo he estado haciendo todo este tiempo?- repliqué. Ese era el método de los soñadores de introducirse en algún sueño. No supe que había de especial. Está bien que no se atienda en clase, pero esto era demasiado incluso para Brendon.
-Que no, idiota, que me escuches- dijo molesto. Decidí seguir oyendo- Lo has hecho así, vale, pero siempre acababas despertándote antes de encontrar nada, y es que lo haces mal.
-Ya lo entiendo- saltó Mercy, dándose una palmada en la frente- No encontrabas nada porque sólo has llegado a la segunda fase del sueño. El señor Maxwell dijo que, normalmente, las ondas se captan en la tercera o cuarta fase del sueño.
-Ahá- comprendí-, es decir, que lo he estado haciendo mal.
-¡Exacto!- gritó Brendon, luego rió- Si es que no atiendes en clase…
-Vamos, habló Albert Einstein- protesté.
-Venga, duérmete- dijo Mercy, sonriente- asegúrate de no despertarte antes de tiempo.
Ella y Brendon se levantaron del sofá y me dejaron tumbarme en él. Mi amigo me colocó en la cabeza un aparato con forma de corona lisa con muchos cables. Con ese artilugio, otros soñadores captaban la frecuencia de un sueño cuando un compañero dormido lo hacía.
Cerré los ojos y me relajé. Mi corazón comenzó a latir más despacio y mi cerebro a lanzar menos impulsos nerviosos.
Sentí como mis sentidos se iban embotando y caía en el sueño con rapidez. Ayudó que estuviera muy cansado, sino habría tardado más.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

I: Sueños en vigilia

ALEXIA



Nunca me han gustado las rutinas, hacen creer a la gente que tienen su vida controlada y programada para siempre, que un simple detalle fuera de lo común estropearía la perfección en la que creen vivir. Pero no es cierto, o no lo es a mi punto de vista. Las rutinas me destruyen por dentro con tanta monotonía. Gracias a ellas, mi vida parece más gris y no es sólo por el permanente día nublado que asola la ciudad, que incluso hace parecer grises a los transeúntes de las calles..
Mis días siempre son igual, ajenos a mi esmero de aparentar que siempre hay algo nuevo. Supongo que es casi como todos los de los demás adolescentes de diecisiete años. Instituto, casa, estudiar, dormir, todo con comidas intercaladas. ¿Verdad que es deprimente?
Esto pienso cada mañana en el largo camino que separa mi casa del instituto. Y cómo cada día a las ocho y veintidós, acabo de pensar y me fumo un cigarro hasta las ocho y treinta, que suena la molesta sirena anunciando el principio de las clases y luego unos diez minutos para recoger los libros de la taquilla y entrar en la clase correspondiente.  Todo perfectamente planeado. Y, aunque me jode reconocerlo, yo también soy una víctima rutinaria.
Tiré la colilla consumida al suelo y la pisé para apagarla. Me coloqué bien el bolso y entré, empujada por la marea de adolescentes rezagados, como yo.
Llegué a mi taquilla con todos mis miembros en su sitio, gracias a Dios. Cogí los libros de biología y matemáticas y me miré en el espejito que había pegado dentro de la puerta de la taquilla.
De nuevo me encontré con mi rostro somnoliento de cada mañana, intentado disimular con lápiz negro de ojos. Hacía tiempo que no dormía bien y eso estaba deformando mi cara más de lo acostumbrado.
-Buenos días- gritó una voz aguda en mi oído. Sí, cómo cada mañana, mi mejor amiga Liz me chillaba los “buenos días” en la oreja.
-Hola- respondí bostezando. Liz me miró de arriba abajo con el ceño fruncido y de manera rutinaria comentó:
-No me gusta tu ropa.
Siempre la misma frase. Estoy acostumbrada a que a nadie le guste mi ropa y menos teniendo en cuenta que tengo cara de Barbie y resulta chocante eso de la chaqueta de cuero negra y las botas con no sé cuántas habillas.
-Lo sé- contesté sonriendo.
-Lo siento, ¿vale?- me agarró del brazo- Es que eres muy guapa como para vestirte así. ¿Quién lleva hoy en día camisetas de Rage Against The Machine?
-Yo- comenté ladeando la cabeza y acariciando mi camiseta, diciéndome a mi misma que no estaba tan pasado de moda.
Liz bufó con pesadez. Entramos en clase de biología y nos sentamos juntas. Desde siempre ha sido mi mejor amiga. Supongo que es porque nos complementamos la una a la otra.
La señorita Carter penetró en la clase, acallando a los alumnos con su imponente presencia. Verla aparecer por la puerta es como experimentar la sensación de masoquismo que sientes en la butaca del cine apunto de ver una película de miedo.
-Página cien- ordenó con su voz de sargento. Acto seguido, treinta libros se abrieron de forma automática.
Notaba como se me cerraban los ojos y daba cabezadas mientras la maestra explicaba la reproducción en las plantas por tercera vez, por si no nos había quedado claro.
El horrible crepitar del fuego en acción me puso en tensión. Busqué la procedencia del sonido, por si el edificio se estaba quemando pero, a pesar de la nitidez con la que lo oía, no vi nada y nadie parecía darse cuenta.
Lo dejé pasar, por si era producto de mi mente agotada tras las noches de insomnio, pero seguía oyéndolo con fuerza.
Un destello anaranjado captó mi atención. La llama fue tornándose más insistente, atravesando la puerta cerrada y alojándose en los recovecos de la clase. ¿Por qué nadie se movía?
El fuego no cesó y, dividiéndose en lenguas, se extendió por toda la sala. Yo era incapaz de moverme. Sentía el calor pero parecía que mi cuerpo estuviera anestesiado.
Las llamas llegaban a mis compañeros que, al parecer, no lo veían. La señorita Carter había empezado a arder y el terrible sonido de la carne despegándose de los huesos asedió mis oídos. Todo estaba quemándose y las paredes mostraban signos de querer derrumbarse.
De pronto, sentí el fuego atrapándome, cortándome la respiración. Jadeé, en busca de aire puro. Al no encontrarlo, el pánico me invadió por completo y grité.
Cerré los ojos, deseando que todo pasara con rapidez. Alguien me zarandeó.
Me desperté sobresaltada. Todos me miraban con expresión confusa y preocupada. La clase estaba como siempre y ya no oía el crepitar de las llamas ni el calor. Respiré una honda bocanada de aire puro, sin humo.
-¿Estás bien?- preguntó Liz, con la mano en mi hombro.
-Sí, lo siento- dije avergonzada. Me había dormido en clase, pero todo había sido demasiado real.
-Sentimos haberla despertado, señorita Jamieson- replicó la sargento. Se oyeron un par de risas- La próxima vez intente gritar más bajo.
-Sí, señorita Carter- bajé la cabeza y metí la nariz dentro del libro, intentando disimular que estaba bien.

Las siguientes clases pasaron con normalidad. Yo con el mismo sueño, pero sin imaginarme que íbamos a morir todos achicharrados.
Me sentía más cansada de lo habitual y, alegando dolor de cabeza a la secretaria, recogí mis cosas a la hora del almuerzo y salí del instituto hacia mi casa.
Había llovido y el aire frío se mezclaba con el olor a tierra mojada, que hizo que mi mente se despejara un poco.
Llegué a casa y abrí la puerta con cuidado, deseando que mi madre no estuviera en casa, no tenía ganas de darle explicaciones a nadie. Tiré el bolso de cualquier manera sobre la mesa de la cocina y saqué un cigarrillo y un mechero.
Lo encendí y le di una calada, que solté con lentitud, disfrutando del sabor a nicotina y de la columna cambiante que formaba el humo.
Dirigí mi atención hacia la nevera, cuya puerta contenía un post-it que esta mañana no había visto.
Me acerqué y lo cogí. Era de mi madre, diciendo que estaría fuera unos días. Guay, así no tendría que soportarla.
Tiré la ceniza en un viejo cenicero de cristal y di otra calada. Seguía pensando en el sueño de antes. No me extrañaría que me estuviese volviendo loca, pero como sé que la camisa de fuerza no me quedaría bien, aparté el pensamiento y sonreí ante mi desbordante imaginación.
Tenía mucho sueño, estaba allí por eso, así que apagué lo que quedaba de cigarro y subí a dormir un poco mientras fuera había empezado a llover.

martes, 23 de noviembre de 2010

Sinopsis :3

La historia será escrita en primera persona a través de dos puntos de vista: Alexia y Sam ^^
Alexia Jamieson tiene 17 años, es rubia, alta y guapa, pero tiene una mente abierta y curiosa, con afán de aprender y de opiniones muy diferentes a las demás chicas, cosa impropia de las chicas de su edad.
Se ha percatado de que a veces sueña despierta, pero todo le parece muy real y apenas duerme bien por las noches.

Samuel Gautier acaba de cumplir los 18 y a terminado su entrenamiento en la base. Él es un "soñador", es decir, una persona capaz de viajar en los sueños de la gente y manejarlos a su gusto. Ahora, su tarea es conectar con otros soñadores novatos. Toda su vida programada va bien hasta que una nueva especie de soñador amenaza con asesinar a la gente a través de los sueños.